Por: Georgina Cárdenas
Recuento, 23 de julio 2025
Mérida, Yucatán, Mx
Hace 24 años hice un viaje muy cercano, me fui a vivir a una colonia que estaba como a 90 minutos
de la casa de mis papás, viviendo entre el Estado de México y la Ciudad de México eso era bastante
cerca, el transporte y los recorridos permitían llevar y traer los pasos con facilidad. A pesar de la
cercanía ese cambio de rutas diarias me hizo descubrir que la gente como yo (proveniente de barrios
precarizados dónde se nos creció y enseñó a vivir detrás de murallas) no éramos diferentes de los
residentes de barrios que tenían el lujo de contar con lustrosos espacios pavimentados y aceras
arboladas. Quizá, si ustedes provienen de esos barrios esa enseñanza sea obvia, pero para mí el día
que me di cuenta que mis zapatos no tenían lodo, mis ojos crecieron y miraron alrededor
descubriendo con gran asombro que por fin vivía en un barrio pavimentado. La mirada que recorrió
mis zapatos y el entorno me hizo consciente de mi persona, con el asombroso descubrimiento de
que todos éramos iguales, con o sin zapatos enlodados yo seguía siendo la misma persona. Ese fue
mi primer día de poder.
Después de ese viaje de poder logré hacer muchos otros, los primeros siempre eran dentro
de los confines que un autobús a precio de estudiante me permitía, ya después se empezaron a
sumar los viajes con alas metálicas, que al día de hoy me permitieron visitar 25 países en 4
continentes. De cada viaje guardó un tesoro, un paisaje, una memoria, que casi siempre se resume
en la misma expresión de tremendo asombro. Al andar y desandar los pasos el mayor regalo es
poder mirar por la ventana como viven personas que a primera vista parecen muy diferentes a mí,
pero que de cerca dejan ver que somos muy parecidos, gracias a un encuentro tan íntimo y profundo
que casi siempre tiene lugar en los instantes de sorpresa y vulnerabilidad. Esos momentos
acumulados en mi vida se han vuelto un referente de la posibilidad de ser en diferentes lugares, con
y sin lodo en los zapatos.
Casi no habló de los lugares o viajes que he hecho, pienso que así me salvó de parecer
engreída o presuntuosa. Lo que es cierto, es que gracias a esos recorridos donde caminar por lugares
con letras, lenguas, paisajes, comidas y personas con rasgos diferentes me recuerda siempre que
todos somos iguales. Las personas vivientes construimos nuestros mundos de relaciones, dónde
todos guardamos un lugar, y a dónde vayamos buscamos hacernos de alguna forma de hábito para
sostener nuestras formas disimiles de ver y andar en este mundo.
Hace unos días pude devolver mis pasos de un viaje largo, nos tomó 4 días ir y 3 días volver,
se puede ir más rápido, pero no para nosotros pues desde hace algunos años hacemos viajes
trigeneracionales, eso nos significa que es prioridad atender las necesidades de comida, actividad y
sueño de personas en tres etapas de vida, de no hacerlo alguno de nosotros podría incurrir en
enfermedad por agotamiento y para entonces cuál sería el punto de viajar juntos. Como animales
de hábitos hemos hecho una rutina: establecer los espacios de tránsito, las comidas y las horas de
dormir en día y noche, marcados por un rico desayuno y una cómoda cama al caer la noche, con eso
asegurado sumamos nuestros pasos a un ritmo lento durante el día, recordando que cada paso de
ida vale por dos, pues han de ser suficientes en cantidad para lograr devolverlos al final del día.
Con esos hábitos en rigor hace unos días viajamos de México a Japón, desde casa al ver en
el mapa una isla tan lejana parecía toda una travesía, que sí lo fue. El primer idioma que nos recibió
fue el inglés, la escala en un lugar que nos pedía pruebas de nuestra existencia pasada, presente y
futura, las que fueron contrastadas con las respuestas de sus manuales en clave y que al
decodificarlas parecieron correctas, porque al cabo de un rato me permitieron continuar al camino.
Una vez otorgada la entrada el ambiente cotidiano mantuvo un trato frío, distante y casi hostil. No
importaba, ya estábamos dentro de nuestro hábito, tocaba buscar espacio para comer y descansar
antes de seguir. Al día siguiente ya éramos 4, 3 generaciones juntas y con equipajes ligeros, listos
para viajar.
Empezó el vuelo, duraría 11 horas desde la salida en LA hasta la llegada a Tokyo Narita, el
recorrido fue siempre de día, viajamos con el sol y su persistencia no nos permitió ver la noche, por
alguna razón cenamos en el desayuno y comimos en la cena, los horarios de comida ya nos querían
acercar al lugar, y en el avión el idioma más sonado era el español salpicado de inglés. Llegamos a
Japón casi por la noche del 4 de julio, parecía que nos había tomado día y medio el vuelo, ese era el
primer espejismo. Al llegar, y antes de ver letreros de migración, security o aduana, nos recibieron
Mario Bross y sus amigos. A diferencia del lugar anterior, aquí las fotos de bienvenida anteceden a
la duda migratoria, la pregunta de si te dejarán acceder o no a land parece no existir. Viajar a Japón
es parte del sueño de mucha gente, para mí fue un regalo sorpresa compartido por el gran deseo
de mi esposo y su mamá, sin dudar un regalo de lujo para todos.
Llegar de noche a Narita sin haber dormido y con hambre es algo conveniente, cenas,
duermes y estás en un nuevo lugar, esa noche pareció fácil. Luego los siguientes días el cuerpo y la
mente empiezan a rezongar pues aunque parece de día saben que es parte de un espejismo, como
si dentro del cuerpo hubiera una constelación con cielo nocturno que nos recuerda que en otro
lugar del mundo deberíamos estar dormidos, y por varios días nos despierta a las 3 de la mañana
para ir a pasear, poco a poco el cuerpo se deja vencer, se acomoda a la nueva constelación horaria
y la mente lo acepta, por fin podemos salir a pasear y desayunar en el horario japonés, para entonces
ya llevamos 4 días de recorridos.
Desde la primera salida las formas de la comida combinaban los olores, formas y colores de
comida de puestos en la calle, y aunque no sabremos sus nombres ni lo que tienen si sabemos que
sabían delicioso. Viniendo de México comprar comida en la calle nos pareció normal, pero lo cierto
es que esto es algo muy especial que solo ocurre en ocasiones especiales. Resulta que la vida nos
regaló empezar a pasear el primer día de Narita Gion Festival 1, la posibilidad de ver tanta
suntuosidad festiva en colores, gente, comida, gente en espera de los bailes a pesar de lo fuerte del
calor y la humedad, todos inspirados por el ambiente festivo se sintió como una gran bienvenida.
El día siguiente seguíamos muy cansados, con ganas de dormir de nuevo por despertar de
madrugada, y dormir otra vez hasta poder despertar con el reloj de Narita. La hora de salida de hotel
estaba marcad y el inicio del recorrido abierto. Lo más importante el camino estaba indicado de
inicio a fin por la intensa investigación y organización del viaje que había hecho mi esposo, un trabajo
de seis meses que en sus ojos estaba inacabado y seguía perfeccionado a medida que dábamos un
paso. Las indicaciones parecían fácil, teníamos que ir en autobús hasta el aeropuerto dónde
1https://www.nrtk.jp/translate/index.php?lang=en&path=/enjoy/shikisaisai/gion-festival.html
partiríamos en tren hacia Tokyo, un recorrido tipo Estado de México a Ciudad de México, pan
comido. La sorpresa fue al salir del tren y encontrarnos con un mundo subterráneo inmenso, trenes
en todas direcciones, letreros solo en japonés, colores multicolores y gente, mucha gente a prisa,
sin prisa, pero todos con pasos seguidos, estábamos en Tokyo.
La bienvenida se siente como un bullicio dónde haces lo mismo que todos mantener los
pasos andando, caminar con desorientación hasta llegar a algún punto dónde las pistas se junten y
uno de los vigilantes de seguridad del mundo subterráneo nos indicaron a dónde ir. La amabilidad
toma forma de gente que no te mira, para no invadir tu espacio y privacidad, pero a la que puedes
pedir ayuda y mostrará su amabilidad en japonés.
Desayunar en Tokyo, que manjar, frente a un parque, frente a un casino, frente a tanta
gente, y solo escuchar silencio. El desayuno impresionantemente rico y con el punch del “pass de
bebidas calientes” que da acceso ilimitado a todo el café o té que quieras, ese fue mi hit. La prueba
certera de que estábamos en Japón. Aunque, para ordenar otra vez el menú todo está en japonés,
ordenas desde un teléfono y pagas en caja, no hay margen de error y si hubiera es solo el tuyo por
no saber leer japonés.
Ver la capital un rito de paso, pero nosotros queríamos ir a lugares menos concurridos, más
caminables, más a la velocidad de nuestros pasos trigeneracionales, ver paisajes, conocer montañas
y caminar con descansos. Así, que después del desayuno el destino era Odawara, conseguimos un
pase mágico a Hakone2, un solo boleto que da acceso a todos los transportes (bus, tren, metros,
cable, teleférico, barco, everything). Sin duda un pase mágico para ver lugares de película, retornos
con ticket asegurado, caminos de montaña, lugares para volar y todo articulado en tiempo, en
horario, muy limpio y con tanta claridad. Además y de bonus la posibilidad de comer un huevo negro
en Owakudani3 que suma poderes mágicos a la visita, y donde al finalizar el día podríamos bañarnos
en Onsen Yunessun4, ese fue el siguiente día de Tokyo, uno que no vamos a olvidar.
Los días siguientes se apilan unos a otros en mi memoria, se acomodan tipo tabiques de
muro antiguo, en dónde las formas y los límites se confunden, días en los que pudimos caminar
Kyoto, ver castillos y murallas de ninjas y samuráis, oler y explorar mercados en los que no sabíamos
que eran la mayoría de los productos, y en dónde los sabores por descubrir eran persistentes, la
máxima del viaje gastronómico era “no importa que no te guste, pruébalo” y así hicimos, a veces de
modo aventurero y otras casi con temor, pero nada de lo que hayamos probado nos enfermó, ni
nos dejó un mal sabor literal o figurado, solo experiencias que explotan en la boca y denotan años
de construcción alimenticia que concurrían por primera vez en nuestras lenguas.
Los días de subir montañas eran precedidos por varios transportes, pues para llegar
teníamos que pasear en metro, trenes, cablebús y teleférico, en su conjunto nos permitían subir y
bajar con facilidad y sin agobio. Cada estación tiene elevador y escaleras eléctricas, todo el país tiene
2https://www.booking.com/attractions/es/pri02vv24pze-hakone-freepass-2-3-days
japan.es.html?aid=1703766&label=Spanish_ES_ROW_160396325915
Ng9rFqabD6g8SJ%2AXmy8WWgS693760059105%3Apl%3Ata%3Ap1%3Ap2%3Aac%3Aap%3Aneg&gad_sour
ce=1&date=2025-07-22&start_time=00%3A00
3https://royumi.com/es/la-tradicion-de-los-huevos-negros-del-monte
hakone/?srsltid=AfmBOorEzo4yjm_728O3NBd_r9GEi4zIHFbf2QB6Cz7o6crXW2Bm1xQl
4https://hakone-japan.com/things-to-do/onsen/how-to-enjoy-onsen/hakone-kowakien-yunessun-2/
pisos antiderrapantes, algunos con protección de caídas de diversos acolchados (que solo he visto
en parques ubicados en áreas de altos ingresos en México), pero todas con anchas escarpas que
permiten una amplia movilidad en todas las formas físicas requeridas por las personas que transitan.
La tecnología al servicio de la movilidad, al servicio del apetito, al servicio de las necesidades básicas
como la condición del cuidado corporal estacional que considera el acceso a agua potable, servicios
sanitarios5 y la existencia de calles con sombra6 para proteger a los paseantes de la exposición al frío
en el invierno y al calor con alta sensación humedad. Todos los detalles parecen derivados de
visiones microcósmicas de la experiencia humana, caminando en esos rumbos tan bien pensados
me hacían imaginar un grupo de personas que recorriendo con mirada humana cada lugar lograron
establecer los puntos geográficos de cada detalle en el mapa, lo que dio como resultado el acceso a
una infraestructura, servicios y diseños que facilitan la experiencia humana en cada lugar.
Todos y cada uno de los elementos permite la persistencia de personas mayores muy
mayores, quienes al igual que todos recorren y experimentan cada lugar, aunque son más visibles
en las provincias de menor tamaño también forman parte activa de la vida económica, turística y
paisajísticas de las capitales del este u oeste, Tokyo y Kyoto. Me quedo claro que Japón parece un
buen lugar para ser mayor, pero para que la experiencia sea placentera e integrada queda claro que
se debe aprender japonés.
La tecnología en los restaurantes simplemente sorprendente, desde la existencia de
meseros robot hasta el uso de Tablets para ver el menú y ordenar la comida, en cada detalle se
regula el margen de error y se asimila la sorpresa del turista que pide comida sin saber leer el menú,
pero alarga el periodo de pedido y desatiende la necesidad de ayuda y conversación que es muy
frecuente en México. En un restaurante de sushi7 no tuvimos contacto con ningún humano, hicimos
check in, ordenamos, comimos y pagamos sin ver a nadie de staff, excepto la persona que limpiaba
las mesas cercanas a nosotros, pero que caminaba sin establecer ningún tipo de contacto. Lo mismo
nos pasó en un hotel, llegamos hicimos check in y check out sin ver ni hablar con nadie, tablets a pie
de puerta abierta, bicicletas sin candado, parece que en todos estos lugares existen contratos de
confianza que garantizan al cien por ciento que nadie más accederá al cuarto reservado, que
saldremos a la hora pactada, que todos los comensales pagaremos lo correcto. Vaya que estos sí
son códigos de conducta muy impresionantes.
Los templos, toris, senderos, budas, monjes y formas de sentir la espiritualidad están
presentes a lo largo de todo el camino, ya sea que los templos permitan la entrada al público o sean
solo para su comunidad espiritual su existencia paisajística, el poder mirarlos y sentir su presencia
nos permitió ser testigos de la protección y espiritualidad que acompaña la vida diaria. Los lujos
espirituales de la protección divina al cruzar las tori8 y al sentir la posibilidad de pararse un segundo
de la rutina a orar, meditar o recordar que la conexión de los humanos con la divinidad nos
acompaña en todo lo que hagamos, ese para mí es uno de los secretos mejor guardados en Japón.
Donde la conexión entre el cielo y la tierra está sellada en una gran puerta que está abierta y ofrece
protección, al tiempo que bendice tu cabeza mientras la cruzas.
5https://budaryanqetrin1mskh.wordpress.com/2024/05/30/drinking-water-fountains-in-japan/
6https://www.japan.travel/es/spot/1174/
7https://www.kurasushi.co.jp/en/
8https://www.jrailpass.com/blog/es/puertas-torii-japon
Es difícil resumir todas las ideas de haber estado ahí 11 días, un número místico, un número
de doble inicio, un número corto para un lugar que pide meses o años de paciente expectativa para
recién empezar a comprender sus secretos y formas. Con esos pocos días solo me quedan ideas
volando, la primera, quizá la más relevante para mí por ser una experiencia transversal es que al ser
viajera y madre mexicana estos 11 días logré sentir un gran alivio por la posibilidad de relajar la
hipervigilancia de mi hijo en todo lugar, como si se hubieran ampliado los límites de nuestra
sensación de protección, abriendo la posibilidad ser paseante y madre liberada de la sensación de
preocupación híper vigilante, a la que se sumó la sensación de seguridad por no tener que estar
pendiente de robos de bolsillos en el transporte o robos con violencia en ningún lado. El viajar con
un amplio espectro de seguridad que se extiende a la protección de mi hijo, eso sí que no lo había
sentido antes, al menos no en este radio de protección.
La liberación que da el sentir protección y facilidad de desplazamiento se sostienen en una
fuerte estructura social dónde todo está concatenado, lo construido espacial y socialmente. Ahí,
parece que existe una maquinaria invisible dónde todo está marcado en determinadas direcciones
y al seguirlas en conjunto los japoneses logran colectivizar experiencias físicas y sociales que a mis
ojos se experimentaron en forma de una liberación personal de estrés y miedos, esos que en
nuestras sociedades (México, Estados Unidos) creemos normales y no pensamos como sería poder
desapegarnos de ellos (inseguridad, peligros, riesgos, etc.).
Los niños viajando en metro o tren al escuela por su cuenta y desde pequeños, reduciendo
tiempo de sus madres de llevarlos a todas partes, con la condición mental asegurada de que la
seguridad de las infancias no están en riesgo por ese acto de autonomía. Parece que la experiencia
humana completa cambia cuando la vida se sostiene en una fuerte estructura social. Es fácil
preguntarnos ¿Por qué nuestras sociedades no incorporan elementos japoneses en nuestras vidas
colectivas? ¿En qué se sostiene una estructura social tan fuerte? Las respuestas pueden colocar el
foco en los cabos sueltos de nuestras sociedades (el híper individualismo, el éxito como saco
personal, el agandallar chilango visto como señal de inteligencia social), y de ahí derivar en los juicios
de los que viven diferente como “es que ellos son muy exigentes, autoritarios, intransigentes,
demasiado rectos”, y en la crítica a una vida social que aunque prioriza lo colectivo también aísla a
sus personas, bajo otros cánones establecidos por la “privacidad, las normas de convivencia, y
seguramente muchas más que desconozco”. Lo cierto, es que no existen explicaciones totales, ni
traslapes completos, pues nadie puede ser lo que no es, ni como persona, menos como sociedad.
En todo caso, esta experiencia me recuerda que cada sociedad es un experimento social en
proceso, que cada estructura con sus funciones y reglas tiene un sentido que se sigue
recomponiendo y en cada configuración se pactan logros y se pagan precios. No somos ninguna otra
sociedad, pero si podemos aprender de la experiencia humana aislada en una persona (aprendizaje
vicario) también podemos aprender de la experiencia humana colectiva (aprendizaje sociocultural),
en última instancia de eso se tratan los encuentros, en este caso en forma de viaje.
Aún más, a sabiendas de que cada vez somos más personas viviendo en culturas diferentes
a la de nuestro nacimiento y que hay más y más familias en las que conviven personas provenientes
de distintas culturas, a lo que se suma la posibilidad real de propiciar encuentros en forma de viajes,
me queda claro que son señales de los procesos de transformación de nuestras sociedades, en
dónde la mixtura sociocultural está construyendo una forma social nueva y diferencial.
Los encuentros modifican nuestro centro, el del ser, de eso ya se ha escrito desde la
antropología, pero lo que sigue será escribir sobre los procesos más amplios, aquellos que poco a
poco van a recomponer las estructuras sociales. Aunque, quizá en este ciclo de vida humana no
alcancemos a verlos, sí estoy segura de que estas formas del encuentro sociocultural están gestando
sus propias formas sociales. Quisiera acabar aquí por hoy, no porque haya llegado al fin del relato
ni de mis especulaciones, sino porque anticipo que las ideas que flotan alrededor de mi teclado van
a tomar más tiempo en organizarse, hasta que eso pasé nos volvemos a leer.
Fin
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